En el cementerio del Sanatorio hay una tumba pequeña, nada que ver con los mausoleos de las grandes familias, nada que ver con lo funebres aspavientos. El que reposa en esta críptica y sencilla tumba, escribió:
Del otro lado de la puerta un hombre
deja caer su corrupción. En vano
elevará esta noche una plegaria
a su curioso dios, que es tres, dos, uno,
y se dirá que es inmortal. Ahora
oye la profecía de su muerte
y sabe que es un animal sentado.
Eres, hermano, ese hombre. Agradezcamos
los vermes y el olvido.
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